domingo, 16 de octubre de 2011

¡Váyanse con tiento! Acerca de Sor Verónica y su abrazo al Papa

Abrió sus brazos la mujer hermosa;
y hundióme la cabeza con su abrazo
para que yo gustase de aquel agua.

¡La que se ha líado con el abrazo que sor Verónica Berzosa ha dado al Papa! Tal como se puso la foto y se sacó el pie de página por algún medio pues se daba a entender una escandalosa rotura de protocolo. Muchos se han inclinado por ello. Es lógica tal opinión si se ve esa foto anómala y se da así la noticia:

Fue la gran protagonista del Congreso de la Nueva Evangelización. Sor Verónica, la fundadora de Iesu Communio, rompió todo los protocolos y, en vez de saludar al Papa, besándole el anillo del pescador, se abalanzó sobre él y se fundió en un largo abrazo con un Pontífice entre sonriente y sorprendido.
Lo primero de todo es que se ha ocultado la verdad completa de este hecho. Ni que decir tiene que la sor era una más entre un grupo de ponentes y en ningún momento adquirió protagonismo salvo el que compartía con el resto de ponentes. De hecho ni la presentadora del evento atinó con su apellido ni con el nombre de su congregación, trabucándose en el Berzosa así como en el sencillo latín como si leyera un texto escandinavo. Visto el video completo no parece la cosa tan escandalosa como a primera vista lo presentaban, ella cumple el protocolo saluda como se acostumbra hoy día y al final del brevísimo encuentro pide al Papa un abrazo que este le ofrece (al modo que se acostumbra en la liturgia) aunque quizás no esperaba que en plena efervescencia sentimental ella subiera más allá de los hombros con pleno contacto, agarre por un tiempo y beso final. Les dejo el vídeo para que lo vean por sí mismos.





Como se acostumbra, y  para ello es para lo que algunos esconden cosas en este abrazo descontextualizando la foto, vamos a tener una opinión provocada dividida y preestablecida desde posiciones antagónicas y próximas a la sor. Por un lado se la considera fundadora de un carisma neoconventual y primaveral llamado Iesu Communio. Una acción que ha caido muy mal a mucha gente, incluso de pensamientos opuestos y por razones muy distintas. No voy a entrar en esa historia del cambio de carisma y prefiero seguir -de momento- el sabio consejo del rabino Gamaliel al sanedrín (Hechos 5, 34 y ss.) pues no otra cosa hace la Santa Sede con mucho sentido común cuando da sus aprobaciones ad experimentum. Espero que esta entrada sirva sobre todo para rezar por ellas. Volviendo al asunto: estas gentes han visto -y han sido provocadas a verlo- motivo de repulsa en ese abrazo. Como reacción natural, en una Iglesia dividida como la que vivimos, otros van a usar de ese antagonismo que se ha mostrado para mostrar su simpatía y admiración total por la hermana. Esta filia la mostrarán también desde posiciones preestablecidas que son las que se esconden en ese abrazo. Al final tenemos todo un juego de lo que esconden y lo que se esconde en este abrazo y el agua que unos y otros nos dan a probar que no es sino el veneno de la división en la Iglesia. Tampoco quiero entrar en esa historia de división que dejo para otro momento. Otros fianlmente con mucha más sensatez -o menos según se mire-, dirán que la monja no ha hecho nada malo, pero que quizás deba guardar sus efusiones con el Papa para ocasiones más intimas.

En este juego eclesial alrededor de un abrazo se puede llegar al paroxismo por los dos extremos, ya sea afirmando todo un montaje donde la sor ha preparado minuciosamente la rotura de protocolo en orden a aparecer como una fundadora estrella o, por el otro lado, llegando a ponerla como nuestra vicaria en el abrazo de amor que todos hemos de dar al Papa, lo que aparte de una cursilada, es muestra de que algo va mal en el concepto que uno tiene del Papa. Es aquí a donde quiero llegar. A lo mal que anda la cosa cuando unos y otros tienen estos arranques sobre un abrazo al Papa y no se ve lo obvio que late por debajo del hecho en sí.

Este paroxismo es similar a aquel con el que los censores de Santa Teresa de Jesús tachaban y corregían las audacias de la Santa en cuyas notas llegaban a ver un posible contubernio lésbico y anotaban a sus dichos de amor entre hermanas en el Carmelo un amenazador "¡Váyase con tiento!"  Sin emabargo tachaban a la santa doctora que al comentar los primeros dos versos del Cantar de los Cantares decía lo siguiente:

¡Oh, Señor mío, que de todos los bienes que nos hicistes nos aprovechamos mal! Vuestra Majestad buscando modos y maneras y invenciones para mostrar el amor que nos tenéis; nosotros, como mal esperimentados en amaros a Vos, tenémoslo en tan poco que de mal ejercitados en esto, vanse los pensamientos adonde están siempre, y dejan de pensar los grandes misterios que este lenguaje encierra en si, dicho por el Espíritu Santo.¿Qué más era menester para encendernos en amor suyo y pensar que tomó este estilo no sin gran causa?
Por cierto, que me acuerdo oír a un relisioso un sermón harto admirable, y fue lo más de él, declarando de estos regalos que la Esposa tratava con Dios. Y huvo tanta risa y fue tan mal tomado lo que dijo, porque hablava de amor (siendo sermón del Mandato, que es para no tratar otra cosa), que yo estava espantada. Y veo claro que es lo que yo tengo dicho, ejercitarnos tan mal en el amor de Dios, que no nos parece posible tratar un alma ansí con Dios. Mas algunas personas conozco yo, que ansí como estotras no sacavan bien —porque, cierto, no lo entendían, ni creo pensavan sino ser dicho de su cabeza—, estotras han sacado tan gran bien, tanto regalo, tan gran siguridad de temores, que tenían que hacer particulares alabanzas a nuestro Señor muchas veces, que dejó remedio tan saludable para las almas que con hirviente amor le aman, que entiendan y vean que es posible humillarse Dios a tanto, que no bastava su espiriencia para dejar de temer cuando el Señor les hacía grandes regalos; ven aquí pintada su siguridad.

Mi querida Santa Catalina de Siena llamaba al Papa "el dulce Cristo en la tierra" en una expresión que ha trascendido y que se encarga de recordarnos mil veces Paloma Gomez Borrero cada vez que la dejan. Ello no impedía a Santa Catalina poner el justo límite al amor en la exigencia propia del cargo y cantar las amargas verdades del barquero a tan dulce persona con toda la corrección del mundo y sin necesidad de poner una mano encima para bien o para mal, tal era su seguridad.

San Juan Bosco, cuando los enemigos de la Iglesia quisieron hacer caer al Papa en un juego de vanidad mediático y empezaron a promover el grito de ¡Viva Pio IX! en la Plaza de San Pedro, tuvo la acertada intuición de que el amor bien entendido al Santo Padre, se expresaba mucho más genérica y adecuadamente con un ¡Viva el Papa!. Con vivas al Papa acalló los improcedentes vivas a Pio IX. Alabanzas a un papa concreto que ya en tiempos anteriores a Santa Catalina repudió con intelegente juego de palabras el mismo San Bernardo a su discípulo, elegido papa, Eugenio III. Esto era también pisar sobre seguro por grandes enamorados.

Mezcla de amor audaz y respeto tenemos en los escritos de la beata Catalina Emmerich que no duda en decir como ha visto a dos ángeles presentar ante Dios Padre el cuerpo de Cristo desnudo metiéndose en su visión en la misma intimidad del cadaver de Cristo en el sepulcro, pero que poco después escribe como Jesús le dijo "no me toques" a la Magdalena a causa de la impetuosidad de ella, pues pensaba que Él vivía la misma vida de antes.  

Por un lado se entra hasta lo más sagrado con suma audacia y por el otro se reprime la impetuosidad ante lo sacro. Son cosas distintas y compatibles. No solo para lo más sagrado, que es Cristo, sino también para su vicario. Para muestra y resumen de esta actitud de un alma santa ante el Vicario de Cristo, la de una audiencia de una eminente y santa doctora como Santa Teresa del Niño Jesús con toda la impetuosidad de sus quince años con S.S. León XIII. Está narrada por ella misma en su diario publicado como Historia de un alma. El texto es largo pero jugoso y muy interesante para comparar lo que vemos en él al estilo de tantos santos y lo que hoy echamos en falta:
Seis días pasamos visitando las principales maravillas de Roma, y el séptimo vi la mayor de todas: «León XIII...» 
Deseaba que llegase aquel día, y al mismo tiempo lo temía. De él dependía mi vocación, pues la respuesta que debía recibir de Monseñor no había llegado y había sabido, Madre querida, por una carta tuya, que ya no estaba muy bien dispuesto en mi favor. Así que mi única tabla de salvación era el permiso del Santo Padre... 
Pero para obtenerlo, había que pedirlo. Tenía que atreverme a hablar «al Papa» delante de todo el mundo. Y simplemente el pensarlo me hacía temblar. Sólo Dios sabe, y mi querida Celina, lo que sufrí antes de la audiencia. Nunca olvidaré cómo me acompañó ella en todas mis pruebas; parecía como si mi vocación fuese la suya. (Los sacerdotes de la peregrinación se dieron cuenta de cómo nos queríamos. Una noche estábamos en una reunión tan numerosa, que faltaban sillas; entonces Celina me sentó sobre sus rodillas y nos miramos con tanto cariño, que un sacerdote exclamó: «¡Cómo se quieren! ¡Esas dos hermanas serán siempre inseparables!» Sí, nos queríamos; pero nuestro cariño era tan puro y tan fuerte, que el pensamiento de la separación no nos inquietaba, pues sabíamos que nada en el mundo, ni siquiera el océano, podría alejarnos una de otra... Celina veía tranquila cómo mi barquilla se iba acercando a la ribera del Carmelo y se resignaba a quedarse en el mar tempestuoso del mundo todo el tiempo que Dios quisiera, segura de que un día también ella llegaría a la ribera objeto de nuestros deseos...)
El domingo 20 de noviembre, vestidas según la etiqueta del Vaticano (es decir, de negro, y con mantilla de encaje por tocado) y adornadas con una gran medalla de León XIII que colgaba de una cinta azul y blanca, hicimos nuestra entrada en el Vaticano, en la capilla del Sumo Pontífice.
A las 8, nuestra emoción fue muy profunda al verle entrar para celebrar la santa Misa... Tras bendecir a los numerosos peregrinos congregados a su alrededor, subió las gradas del altar y nos demostró con su piedad, digna del Vicario de Jesús, que era verdaderamente «el Santo Padre». Cuando Jesús bajó a las manos de su Pontífice, mi corazón latió con fuerza y mi oración se hizo ardiente. Sin embargo, la confianza llenaba mi corazón. El Evangelio de ese día contenía estas palabras: «No temas, pequeño rebaño, porque mi Padre ha tenido a bien daros su reino».
No, no temía. Esperaba que muy pronto sería mío el reino del Carmelo. No pensaba entonces en aquellas otras palabras de Jesús: «Yo os transmito el reino como me lo transmitió mi Padre a mí». Es decir, te reservo cruces y tribulaciones; así te harás digna de poseer ese reino por el que suspiras. Si fue necesario que Cristo sufriera, para entrar así en su gloria, si tú quieres tener un sitio a su lado, ¡tendrás que beber el cáliz que él mismo bebió...! Ese cáliz me lo presentó el Santo Padre, y mis lágrimas fueron a mezclarse con la amarga bebida que se me ofrecía. 
Después de la misa de acción de gracias que siguió a la de Su Santidad, comenzó la audiencia.
León XIII estaba sentado en un gran sillón. Vestía simplemente una sotana blanca y una muceta del mismo color, y en la cabeza no llevaba más que un pequeño solideo. A su lado estaban, de pie, varios cardenales, arzobispos y obispos, pero yo sólo los vi globalmente, pues mi atención estaba centrada en el Santo Padre.
Ibamos desfilando procesionalmente ante él. Cada peregrino, cuando le llegaba su turno, se arrodillaba, besaba el pie y la mano de León XIII, recibía su bendición y dos guardias nobles le tocaban, por ceremonia, indicándole así que debía levantarse (al peregrino, pues me explico tan mal, que podría entenderse que era al Papa).
Antes de entrar en el salón pontificio, yo estaba completamente decidida a hablar; pero sentí que mi valor flaqueaba cuando vi a la derecha del Santo Padre ¡al «Señor Révérony...! Casi en aquel mismo instante nos dijeron de su parte que prohibía hablar a León XIII, pues la audiencia se estaba prolongando demasiado...
Yo me volví hacia mi Celina querida para conocer su opinión. «¡Habla!», me dijo. Un momento después estaba yo a los pies del Santo Padre. Después de besarle la sandalia, me presentó la mano; pero en lugar de
besársela, junté las mías y elevando hacia su rostro mis ojos bañados en lágrimas, exclamé:
«¡Santísimo Padre, tengo que pediros una gracia muy grande...!»
Entonces el Sumo Pontífice inclinó hacia mí su cabeza, de manera que mi rostro casi tocaba el suyo, y vi sus ojos negros y profundos que se fijaban en mí y parecían querer penetrarme hasta el fondo del alma.
«¡Santísimo Padre, en honor de vuestras bodas de oro, permitidme entrar en el Carmelo a los 15 años...!»
Sin duda, la emoción hacía temblar mi voz. Por lo que el Santo Padre, volviéndose hacia el Sr. Révérony, que me miraba asombrado y disgustado, le dijo:
«No comprendo bien».
Si Dios lo hubiera permitido, le habría sido fácil al Sr. Révérony alcanzarme lo que deseaba, pero Dios quería darme cruz, y no consuelo. 
«Santísimo Padre (respondió el Vicario General), se trata de una niña que desea entrar en el Carmelo a los 15 años; pero los superiores están en estos momentos estudiando la cuestión».
«Bueno, hija mía, respondió el Santo Padre mirándome bondadosamente, haz lo que te digan los superiores»:
Entonces, apoyando mis manos en sus rodillas, hice un último intento y le dije con voz suplicante:
«¡Sí, Santísimo Padre! Pero si usted dijese que sí, todo el mundo estaría de acuerdo».
Me miró fijamente y pronunció estas palabras, recalcando cada sílaba: 
«Vamos... vamos... Entrarás si Dios lo quiere...» (Y su acento tenía un no sé qué de tan penetrante y convincente, que aún me parece estar oyéndole).
Animada por la bondad del Santo Padre, quise seguir hablando, pero los dos guardias nobles me tocaron cortésmente, para que me levantase; y viendo que con eso no bastaba, me cogieron por los brazos y el Sr. Révérony les ayudó a levantarme, pues seguía con las manos juntas apoyadas en las rodillas del Santo Padre, y tuvieron que arrancarme de sus pies a viva fuerza...
Mientras me quitaban de en medio de esa manera, el Santo Padre acercó su mano a mis labios y después la levantó para bendecirme. Entonces los ojos se me llenaron de lágrimas, y el Sr. Révérony pudo contemplar al menos tantos diamantes como había visto en Bayeux...
Los dos guardias nobles me llevaron en volandas, por así decirlo, hasta la puerta, donde un tercero me dio un medalla de León XIII. 
Celina, que iba detrás de mí, acababa de ser testigo de la escena que acababa de ocurrir. Casi tan emocionada como yo, tuvo no obstante valor para pedir al Santo Padre una bendición para el Carmelo. El Sr. Révérony, con voz, malhumorada, respondió: «El Carmelo ya está bendecido».Y el Santo Padre contestó con ternura:«Sí, sí, ¡ya está bendecido!»Papá se había acercado a los pies de León XIII antes que nosotras (con los caballeros). El Sr. Révérony había estado con él encantador, presentándolo como el padre de dos carmelitas. El Santo Padre, como muestra de especial benevolencia, posó su mano sobre la cabeza venerable de mi querido rey, como marcándole con un sello misterioso en nombre de Aquel de quien era verdadero representante...
Para entender el contexto protocolario hay que añadir que el protocolo de entonces hacía imperatoria la "adoración" al Papa. Un gesto por el cual uno se ponía de rodillas y besaba las sandalias del Pescador antes que el anillo. Aún en lo audaz e impetuoso del momento, que acaba con la joven sacada en volandas de la audiencia, la unción sacra que se respira en hechos e interioridad es de una altura pocas veces igualada.
Y es que el amor al Papa, y aquí ya podemos ir dando la clave de la comparación, no es un mero amor sensual al modo mundano en que uno se muestra con familiares y amigos. Mucho menos con la exaltación moderna de eso que han venido en llamarse "fans" y que parece hacer del dulce Cristo en la tierra un remedo de los Beatles en la mejor deriva errática del Observatore Romano. No. No necesita el Papa de esas exaltaciones que en ciertas audacias pueden disculparse y entenderse (el protocolo se hizo para el hombre y no el hombre para el protocolo), pero que cuando vienen como síntoma de una degeneración teológica y existencial de la misma caridad cristiana es un hecho que aunque no es grave en sí mismo, nos debe hacer pensar muy seriamente a donde vamos y que estamos haciendo. 

El amor no es solamente un sentimiento. Los sentimientos van y vienen. Pueden ser una maravillosa chispa inicial, pero no son la totalidad del amor, ha dicho Benedicto XVI en su primera encíclica. Más clara aún es la enseñanza que da en la misma a continuación: El encuentro con las manifestaciones visibles del amor de Dios puede suscitar en nosotros el sentimiento de alegría, que nace de la experiencia de ser amados. Pero dicho encuentro implica también nuestra voluntad y nuestro entendimiento. Por tanto el mero sentimentalismo, presente en todo ese acto de "nueva Evangelización" que rodea al abrazo de Sor Verónica si es que ven el video del mismo, no es nada si no hay un claro entendimiento de lo que se está haciendo y un poner la voluntad a una con la de Dios según la inteligencia. Vale aquí para todos, cabeza y cuerpo, aquel consejo de San Bernardo a Eugenio III:
El primer efecto de la consideración es purificar la fuente misma de donde nace, o sea, la inteligencia. Demás de esto ella contribuye a gobernar los afectos, a dirigir los actos, a corregir los excesos, a ennoblecer y santificar las costumbres, a ordenar y embellecer la vida, a conseguir en fin la ciencia de las cosas humanas y divinas. Ella hace suceder el orden a la confusión, sabe unir lo disperso y juntar lo desunido, penetra en lo más secreto, descubre las trazas de la verdad, averigua lo aparente y falso de las cosas, descubre finalmente el engaño. Ella ordena de antemano las acciones que se han de llevar a efecto, no olvidándose de recapacitar sobre los actos realizados, para que no quede en el alma nada que necesite enmienda. Ella por fin en los casos prósperos presiente los peligros que nos amenazan y en los adversos nos fortalece para sobrellevarlos casi sin sentir sus efectos: aquello es propio de la prudencia, esto de la fortaleza.
Para eso, en los actos externos del cristiano, ayuda la buscada unción en los gestos y movimientos, sobre todo en la liturgia y los rituales de las cosas y personas sacras. Una modestia y un pudor de lo sacro para no caer en un mero sentimentalismo que puede acabar diluyendo todo en una mera socialización o imitación del mundo. Socialización, que no sólo se ha dado con el Santo Sacrificio del Altar, haciendo de la Santa Misa un mero encuentro simbólico-festivo; sino también con la figura del Santo Padre, al que se ha convertido de Vicario de Cristo, en un ídolo de masas; un líder mundano y un objeto de deseo y fetichismo similar a tantos otros símbolos de este mundo.  Esto es algo que jamás vimos en los santos. ¡Váyanse con tiento en esto!

M.D.

4 comentarios:

Terzio dijo...

Tremenda! La sor Berzosa es producto muy elaborado del juanpablismo. Qué será de su obra y de ella misma es algo dificil de conjeturar. Esa exaltación de la juventud ilusionada que parece definir su neo-fundación de Iesu Communio tendrá forzosamente que madurar, templarse, serenarse. Sacarla al escaparate de la nueva evangelización (sea esto lo que sea) me parece prematuro.

Miles Dei dijo...

He querido evitar a propósito la palabra "juanpablismo", pienso que es mejor usar la expresión "socialización de la figura del Santo Padre" con toda la deriva teologal que ello conlleva. Así podemos enraizar el mal en la inversión antropológica y no en un Papa concreto.
Actos de "juanpablismo" vimos ya con otros pontífices precursores de Juan Pablo II, el mismo Juan XXIII, llamado el "Papa Juan" o "el Papa bueno"; también en Juan Pablo I "el Papa de la sonrisa"; Incluso Pablo VI tuvo sus momentos... Me pregunto si algo de esto no estaba ya presente de algún modo en ese sentir popular de las profecías de San Malaquías, aunque limitado allíí por el misterio sobrenatural de toda profecía.

Eagleheart dijo...

Pues ¡Viva el Papa!
Y también podría ponerse como otro ejemplo de la Escritura cuando Dios le dijo a Moisés que se quitara las sandalias, ¿no?


Dios con su Gracia conduzca rectamente nuestras emociones y sentimientos, y los informe en orden a su Gloria y el Bien de las almas.



Salu2. Paz y Bien.

the ghost writer dijo...

Su enfoque es muy interesante. La única duda es si los otros casos similares a sor Verónica expuestos son análogos o equívocos.

El más parecido, el de santa Teresita, se trata justamente de una niña de 15 años. Santa, pero a los 15 años.

Sor Verónica tiene 45 y es superiora general de un instituto religioso de clausura.

El gesto parece ser fruto de un impulso. "Tengo ganas de hacerlo, lo hago".

Pero también lo que atrae son las cámaras para la monja "estrella". El convento con más monjas en Europa, la única abadesa de dos abadías, la joven que recluta jóvenes...