jueves, 6 de octubre de 2011

Incipiam te evomere ex ore meo. Lo que temen los tibios.

mostrándome pagano mucho tiempo;
y esa tibieza en el recinto cuarto
me recluyó por más de cuatro siglos.

Es famoso el dicho del Señor al ángel de la Iglesia de Laodicea en el libro del Apocalipsis 3, 16: sed quia tepidus es et nec frigidus nec calidus incipiam te evomere ex ore meo. Como eres tibio, ni eres frío ni caliente, estoy para vomitarte de mi boca. Siempre ha sido esto el ejemplo claro de como el Señor rechaza a los tibios. A aquellos que no son capaces de comprometerse en nada y sólo saben andar sin mostrarse decididos en sus intenciones. Amo o no amo, pero participando el acto en las obras y mostrando la decisión llevada hasta las últimas consecuencias. Esa es la posición natural de la voluntad humana y también del entendimiento (la tibieza en el entendimiento es la duda que se manifiesta en el relativismo). 

Natural aquí no quiere decir moralmente buena o conforme a la ley natural. Sino simplemente que obra conforme a la operación de la propia naturaleza. De hecho la decisión de no amar (el frío) es moralmente mala, aunque sea una operación natural del hombre que pone en acto todo su interior hacía el exterior de sí msimo de manera equivocada.
Por eso entendemos la perversión de esta operación en el tibio. Eso es lo que asquea al que ha creado y dotado a nuestra naturaleza. La perversión culpable en la misma operación. El que decide quedarse en la duda y el que decide quedarse en un mero acto interno de sí o no, pero que nada pone al exterior de sí mismo porque no hay voluntad operativa. Es normal que el juicio del Señor sobre estas personas sea el más duro que jamás se ha oído: estoy para vomitarte de mi boca. Dios respeta a la criatura personal en su obrar, pero siente más amor por aquella que obra conforme al propio operar de la naturaleza personal, aunque obre con mala voluntad, que por aquella que no obra porque la voluntad simplemente no es buena ni mala, sino que no se pone en las obras que pasan a ser operaciones propias de animales, más que de personas. ¿Que hay que hacer para ser santos? preguntaba la hermana de Santo Tomás de Aquino en confidencia fraterna con su hermano. Querer serlo, le respondía el Aquinate con suma sabiduría. La diferencia entre el que quiere saber como serlo o ya sabe que quiere serlo y el que quiere serlo, es la que marca la tibieza.

Muchas traducciones han olvidado esa partícula griega que San Jerónimo traducía como incipiam. Algunas traducén simplemente por un futuro: como eres tibio "te vomitaré de mi boca". Sin embargo la partícula está ahí y no puede ser ignorada. Muestra una intencionalidad divina. El Señor se plantea arrojar al tibio de su boca. Vomitarlo. Dejarlo muerto. Por eso la traducción mejor es aquella que usa una perífrasis del estilo de "estoy a punto de vomitarte" o similar. En el mundo sobrenatural eso es una advertencia y un castigo: te voy a dejar en tus propios pecados, castigado con ellos para que te sirvan de advertencia para la conversión cuando llame a tu puerta ¿quizás por vez última?. Que razón tenían esos autores que decían que el peor de los castigos es cuando Dios castiga con los pecados. El Señor no siempre da su gracia al pecador. En su sabiduría incomprensible puede muy bien establecer estas cosas en su providencia divina. De hecho en ella ha contado más con el frío que con el tibio para sacar el bien en todo y en todos. ¿Acaso no decía San Pablo que convenía que hubiera herejías? Pues así es. Pero no conviene que haya tibios. No. Dios castiga la tibieza con jarros de agua fría y caliente. Golpeando y sanando la herida, al modo en que siempre lo ha enseñado la Escritura. Los que no aman han de servir de advertencia a los tibios para llevarlos al amor de aquellos que aman. El que no despierte sufrirá la condena cuando el Señor llame a la puerta ofreciendo el crisol.

¿Qué es la Iglesia sino una repetición de estas iglesias del Apocalipsis y en especial, hoy día, de Laodicea? Dios ha castigado a su pueblo con cuarenta años de vagar en el desierto tras un Concilio Ecuménico donde se acabó mostrando eclesialmente por los ángeles de las iglesias todos los defectos propios del tibio como una auténtica virtud. Donde se pecó de orgullo y muchos se han creído y aún creen que son la Iglesia enriquecida a la que nada le falta. Dios no podía sino echar el jarro de agua fría. Un periodo desastroso. El periodo conocido como postconcilio y que hoy día, de no mediar la tibieza rampante, produciría un dolor insufrible a cualquier alma que lo contemplara con un poco de amor por las cosas santas. Ahora el Señor llama a la puerta y propone un crisol, esperemos que los eclesiásticos se den cuenta de ello, porque ya empiezan a notar el miedo de haber vivido fuera de la boca del Señor estos cuarenta años. Estas palabras del cardenal Piacenza hace un par de días dan fe de ello.

¡No existe un Concilio Vaticano II diverso del que ha producido los textos hoy en nuestra posesión! Y en estos textos nosotros encontramos la voluntad de Dios para su Iglesia y con ellos es necesario confrontarse, acompañados por dos mil años de Tradición y de vida cristiana.


La renovación es siempre necesaria a la Iglesia, porque siempre necesaria es la conversión de sus miembros, ¡pobres pecadores! ¡Pero no existe, ni podría existir una Iglesia pre-Conciliar y una post-Conciliar! Si fuera así, la segunda – la nuestra – ¡sería histórica y teológicamente ilegítima!

El temor en esta renovación y reforma está en que efectivamente se confirme que hay quien vio una Iglesia preconciliar que había que desechar junto con esos 1962 años de Tradición y vida cristiana. El temor del que no es tibio está en que hoy efectivamente seguimos viendo como son desechados de hecho por tantos y como esto se hace con suma tibieza por parte de algunos. Una tibieza que lleva a olvidar la causa principal: el confrontarse con los textos del Vaticano II acompañados por dos mil años de Tradición y de vida cristiana. A nivel teológico esto apunta al "discurso mancato" de Gherardini. El debate que falta sobre el texto del Concilio a la luz de esos dos mil años de Tradición y vida cristiana para saber como hemos de actuar en lo práctico y donde están los límites. Sólo así podremos salir de cuarenta años de vagar sin rumbo. Sólo así los tibios disfrazados de ricos trajes podrán ponerse el necesario colirio en los ojos que ya es incipio de gracia y de vuelta a la saliva sanadora del Señor que nos devuelva la vista.

M.D.

2 comentarios:

Eagleheart dijo...

Pero lo primero, para una reforma, una renovación, es el reconocimiento de que se está mal o de que se es tibio. Porque sin eso, pensando que nadie toca a la puerta sino que es la imaginación o el viento, pues se podría seguir así.

Y esto es algo que compete a todos los fieles.

Salu2. Paz y Bien.

Miles Dei dijo...

Ciertamente. En esas palabras de Piacenza hay una curiosa referencia implícita que deja de manifiesto que la generación presente no ha interpretado correctamente el Concilio. Eso es ya un comienzo.