domingo, 20 de noviembre de 2011

Su yugo suave y su carga ligera, esa es mi elección.

si el Rey del Mundo fuese nuestro amigo
rogaríamos de él tu salvación,
ya que te apiada nuestro mal perverso.

Para muchos hoy es la fiesta de la democracia; para unos pocos es 20 de Noviembre. Para una mayoría simple hoy es la fiesta de Cristo Rey del Universo; para una minoría difícil hoy es además el aniversario de la muerte martirial de José Antonio. ¡Pobre José Antonio! siempre entre la incompresión de unos y la saña de otros. Si los padres franquistas ayer alargaron la agonía de Franco para hacerla caer en este día, los hijos demócratas de hoy colocan en él las Elecciones Generales. Hoy también, ironías de la Providencia, debe bregar con Dios que le usurpa también la fecha, pero José Antonio, al contrario que todos los demás, nada tiene que objetar al derecho divino sobre los pueblos y cede gustoso el yugo y las flechas su puesto al yugo en suavísimo imperio del Rey del Universo que hoy han desplazado esos mismos padres e hijos y que ya nada tienen que legar a sus nietos. Pero escuchemos más de cerca a José Antonio:


Cuando, en marzo de 1762, un hombre nefasto, que se llamaba Juan Jacobo Rousseau, publicó El contrato social, dejó de ser la verdad política una entidad permanente. Antes, en otras épocas más profundas, los Estados, que eran ejecutores de misiones históricas, tenían inscritas sobre sus frentes, y aun sobre los astros, la justicia y la verdad. Juan Jacobo Rousseau vino a decirnos que la justicia y la verdad no eran categorías permanentes de razón, sino que eran, en cada instante, decisiones de voluntad.

Juan Jacobo Rousseau suponía que el conjunto de los que vivimos en un pueblo tiene un alma superior, de jerarquía diferente a cada una de nuestras almas, y que ese yo superior está dotado de una voluntad infalible, capaz de definir en cada instante lo justo y lo injusto, el bien y el mal. Y como esa voluntad colectiva, esa voluntad soberana, sólo se expresa por medio del sufragio –conjetura de los más que triunfa sobre la de los menos en la adivinación de la voluntad superior–, venía a resultar que el sufragio, esa farsa de las papeletas entradas en una urna de cristal, tenía la virtud de decirnos en cada instante si Dios existía o no existía, si la verdad era la verdad o no era la verdad, si la Patria debía permanecer o si era mejor que, en un momento, se suicidase.


Como el Estado liberal fue un servidor de esa doctrina, vino a constituirse no ya en el ejecutor resuelto de los destinos patrios, sino en el espectador de las luchas electorales. Para el Estado liberal sólo era lo importante que en las mesas de votación hubiera sentado un determinado número de señores; que las elecciones empezaran a las ocho y acabaran a las cuatro; que no se rompieran las urnas. Cuando el ser rotas es el más noble destino de todas las urnas. Después, a respetar tranquilamente lo que de las urnas saliera, como si a él no le importase nada. Es decir, que los gobernantes liberales no creían ni siquiera en su misión propia; no creían que ellos mismos estuviesen allí cumpliendo un respetable deber, sino que todo el que pensara lo contrario y se propusiera asaltar el Estado, por las buenas o por las malas, tenía igual derecho a decirlo y a intentarlo que los, guardianes del Estado mismo a defenderlo.

De ahí vino el sistema democrático, que es, en primer lugar, el más ruinoso sistema de derroche de energías. Un hombre dotado para la altísima función de gobernar, que es tal vez la más noble de las funciones humanas, tenía que dedicar el ochenta, el noventa o el noventa y cinco por ciento de su energía a sustanciar reclamaciones formularias, a hacer propaganda electoral, a dormitar en los escaños del Congreso, a adular a los electores, a aguantar sus impertinencias, porque de los electores iba a recibir el Poder; a soportar humillaciones y vejámenes de los que, precisamente por la función casi divina de gobernar, estaban llamados a obedecerle; y si, después de todo eso, le quedaba un sobrante de algunas horas en la madrugada, o de algunos minutos robados a un descanso intranquilo, en ese mínimo sobrante es cuando el hombre dotado para gobernar podía pensar seriamente en las funciones sustantivas de Gobierno.

Vino después la pérdida de la unidad espiritual de los pueblos, porque como el sistema funcionaba sobre el logro de las mayorías, todo aquel que aspiraba a ganar el sistema ,tenía que procurarse la mayoría de los sufragios. Y tenía que procurárselos robándolos, si era preciso, a los otros partidos, y para ello no tenía que vacilar en calumniarlos, en verter sobre ellos las peores injurias, en faltar deliberadamente a la verdad, en no desperdiciar un solo resorte de mentira y de envilecimiento. Y así, siendo la fraternidad uno de los postulados que el Estado liberal nos mostraba en su frontispicio, no hubo nunca situación de vida colectiva donde los hombres injuriados, enemigos unos de otros, se sintieran menos hermanos que en la vida turbulenta y desagradable del Estado liberal.

Y, por último, el Estado liberal vino a depararnos la esclavitud económica. (...)
Así resulta que cuando nosotros, los hombres de nuestra generación, abrimos los ojos, nos encontramos con un mundo en ruina moral, un mundo escindido en toda suerte de diferencias; y por lo que nos toca de cerca, nos encontramos en una España en ruina moral, una España dividida por todos los odios y por todas las pugnas.

 No me esfuerzo más. Esto no será contestado desde el fundamento, sino sólo desde la conveniencia servil que mantiene como dogma lo contrario. El fundamento es inamovible, tan inamovible como el derecho divino que se muestra en Cristo Rey, que es el camino, la verdad y la vida de los hombres.

Dicho esto ahí dejo mi único voto con este antiguo canto donde le aseguramos a Cristo reinante que venimos con preces, votos e himnos a agasajarle. Esos son los únicos votos que le gustan, votos que animarán la fiesta final atrayendo hacia sí a todos los que están fuera de la vía:



Gloria, laus et honor tibi sit Rex Christe Redemptor, 
Cui puerile decus prompsit: Hosanna pium.

Israel es tu rex , Davidis et ínclita proles: 
Nomini qui in Domini, rex benedicte, venis.

Coetus in excelsis te laudat caelicus omnis, 
et mortalis homo, et cuncta creata simul.

Plebs haebrea tibi cum palmis obvia  venit; 
cum prece, voto, hymnis, adsumus ecce tibi.

Hi tibi passuro solvebant munia laudis; 
nos tibi regnanti pangimus ecce melos.

Hi placuere tibi, placeat devotio nostra; 
Rex bone, Rex clemens, cui bona cuncta placent.

M.D.

 

2 comentarios:

Eagleheart dijo...

¡VIVA CRISTO REY!

Cesar Augustus dijo...

¡VIVA CRISTO REY!

CHRISTUS VINCIT! CHRISTUS REGNAT! CHRISTUS IMPERAT!