martes, 8 de mayo de 2012

¡Deicidas! ¡Nazis! ¡Excomunión! (I)

Si otras cosas os grita la codicia, 
¡sed hombres, y no ovejas insensatas,
para que no se burlen los judíos! 

¡No hagáis como el cordero que abandona
la leche de su madre, y por simpleza,
consigo mismo a su placer combate!


Leemos en La esposa del neotradi una entrada sobre el contraste que resulta al observar lo que la declaración conciliar Nostra Aetate dice sobre la culpa de deicidio de los judíos y su imputación como pueblo con lo que se puede leer en las Escrituras sobre dicho tema. Creo que es necesario analizar el asunto con la cabeza fría y mirando un texto tan importante y popular del pasado como el Catecismo Romano.

El Deicidio (dejo el tema de la maldición para una segunda entrada):

Dice Nostra Aetate (número 4):

Aunque las autoridades de los judíos con sus seguidores reclamaron la muerte de Cristo, sin embargo, lo que en su Pasión se hizo, no puede ser imputado ni indistintamente a todos los judíos que entonces vivían, ni a los judíos de hoy.

No se si me publicará lo que he comentado al respecto, pero es que en este punto del deicidio, lo que hace Nostra Aetate es simplemente proclamar una verdad de perogrullo: la culpa no se aplica indistintamente a todos los judíos de la historia. Ni a los de la generación presente ni a los de las siguientes. Es algo obvio. No ya porque hubiera justos entre los judíos que estaban fuera del grupo de los discípulos en ese momento, sino porque muchos obraron de buena fe, engañados por sus autoridades y como el mismo Evangelio comenta, así siguen engañados hasta el día de hoy sobre la resurrección de Cristo.

Pero quizás más importante a meditar por todos, especialmente los tradicones (llamo tradicón a una especie de reflejo del neocón en la luz tradicional del espejo de la Iglesia.), está en esta enseñanza del Catecismo Romano, más conocido como Catecismo del Concilio de Trento, sobre la culpa de la Pasíon de Cristo. Dicha enseñanza viene a coincidir y aún sobreabundar en la declaración de Nostra Aetate. Procedo a citar la traducción que nos ofrece la página Stat Veritas:

CAPITULO V
CUESTION XI

1.° Cristo padeció por el pecado original y por los actuales; 2.° Los que le ofenden le crucifican de nuevo.
También se han de explicar las causas de la pasión, para que así se manifieste más la grandeza y virtud de la divina caridad para con nosotros. Si alguno, pues, desea conocer por qué causa el Hijo de Dios quiso padecer aquella acerbísima pasión, hallará que, además del pecado original, principalmente fueron los vicios y pecados que los hombres han cometido desde el principio del mundo hasta hoy, y los que cometerán hasta el fin del mundo. Porque el fin a que el Hijo de Dios atendió en su pasión y muerte, fue redimir y borrar los pecados de todas edades y satisfacer por ellos al Padre abundante y copiosamente. Otra cosa hay también que realza el mérito de su pasión, y es que no solamente padeció Cristo por los pecadores, sino por aquellos mismos que fueron los autores y ministros de todo cuánto sufrió, lo cual nos enseña el Apóstol escribiendo a los Hebreos con estas palabras: “Acordaos de aquel que sufrió tantas contradicciones de los pecadores, para que no desmayéis en las adversidades”222. Y de esta culpa son ciertamente reos aquellos que caen muchas veces en pecado. Porque así como nuestros pecados fueron los que movieron a Cristo Señor a padecer el tormento de la Cruz, del mismo modo los que de nuevo pecan y le ofenden, crucifican otra vez en si mismos, cuánto es de su parte, al Hijo de Dios y le escarnecen. Y esta maldad mucho más grave puede parecer en nosotros que en los judíos, porque éstos, como afirma el Apóstol: “Si le hubieran conocido, nunca crucificaron al Señor de la gloria”223. Mas nosotros profesamos haberle conocido, y con todo negándole con las obras, parece que en alguna manera ponemos manos violentas en él.

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222 “Recogitate enim eum, qui talem sustinuit a peccatoribus adversum semetipsum contradictionem; ut ne fatigemini, animis vestris deficientes”. Hebr, XIII 3. 

223 “Si cognovissent, nunquam Dominum Gloriae crucifixissent.” I. Corint., II, 8.

Y un poco más adelante en este mismo catecismo encontramos esto:

CAPITULO V
CUESTION XIII

Cuán acerba fue la pasión de Cristo así en el cuerpo como en el alma.

[...]

Además de esto, hombres de todos órdenes y condiciones conspiraron unánimes contra el Señor y su Cristo. Porque los gentiles y los judíos fueron consejeros, autores y ministros de la pasión; Judas le entregó; Pedro le negó, y todos los demás le desampararon. Y en la misma cruz, ¿de qué nos lamentaremos más? ¿O de la grandeza del tormento, o de la afrenta que recibió, o de ambas juntas?

No se que pensarán ustedes, pero creo que ya desde Trento queda claro que la culpa de deicidio no se puede aplicar indistintamente a todos los judíos, ni sólo a los judíos y que esto es lo que los párrocos deben enseñar al pueblo fiel en la predicación. "gentiles y judíos fueron consejeros, autores y ministros de la pasión" dice el Catecismo Romano. Obsérvese que no se habla de un sentido espiritual, sino de culpabilidad -mejor dejemos para el Juez Supremo, quien es quien en esa culpa y los grados de la misma-.

Lo que me da miedo es que igual ahora el sedevacantismo se remonta a San Pio V y se busca alguna excusa para decir que fue un Papa ilegítimo por aprobar estas enseñanzas. Hablando más en serio, esto nos debe enseñar lo cuidadosos que hay que ser al tocar estos temas desde el punto de vista doctrinal.

En realidad hacer aparecer Nostra Aetate como una declaración novedosa fue un éxito de la propaganda judía más que otra cosa. Consiqguieron hacer pasar como una novedad lo que siempre había sido doctrina tradicional en la Iglesia y con ello consiguieron hacer aparecer que la Iglesia había cambiado de doctrina respecto a los judíos. La novedad estaba en el plano práctico: se abrió la Iglesia a la colaboración pública con los judíos, un avispado se daría cuenta enseguida que en realidad sólo con una parte del amplio abanico en el que se dividió el judaismo después de Cristo. Esta colaboración es algo que hasta entonces no se permitía (al menos de modo público) por razones pastorales (prudenciales) aunque existía para casos particulares y a veces de modo heróico hasta el punto de que los Papas han sido considerado siempre los mayores defensores de los judíos. Ahora las mismas razones pastorales, mutatis mutandis, exigían -¿imponían?- tal colaboración en la que indudablemente la política internacional jugaba su parte. Sus frutos y conveniencia en el contexto de hoy en día son otra cosa distinta de esto que tratatamos y corresponden a otro análisis.

M.D.


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